“En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: “Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”. Les contestó: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” Y pasando la mirada por el corro, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Mc 3, 31-351. Está claro que, para Jesús, era más importante la relación que le unía a quienes estaban allí, escuchándole y conversando con él, que la relación que tenía con su madre y sus hermanos. Es decir, para Jesús, era más importante la relación humana, basada en la amistad o en la fe, que la relación humana basada en el parentesco. Jesús pensaba así, por la importancia que para él tenía la libertad. Las relaciones de amistad o de fe son libres porque se basan en convicciones libremente asumidas, mientras que las relaciones de parentesco nos son dadas. Nadie puede elegir libremente quién es su madre o quienes son sus hermanos.
2. Para Jesús, los más cercanos a él son los que hacen la voluntad de Dios. Ahora bien, la voluntad de Dios es que todos nos respetemos, nos ayudemos, nos queramos, y que jamás nos hagamos daño. La voluntad de Dios es que no nos relacionemos desde el interés y, menos aún, desde el egoísmo. Pero de sobra sabemos con qué frecuencia y hasta qué extremos de brutalidad se deforman las relaciones de parentesco, que empiezan por manifestaciones de prepotencia, de uso y de abuso, y terminan en rivalidades, rencores, desprecios, odios, venganzas y muerte. Por una herencia o por una envidia, hay hermanos que se odian. Como hay madres castradoras que anulan a sus hijos. No. Jesús sólo quería la relación humana enteramente libre. Porque es la única que nos hace más humanos y más libres.
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