“Yo
conozco
esa maravillosa tierra…”
“…donde se refleja la
dicha de la perfecta creación…”
“Yo conozco esa maravillosa tierra:
es la pradera asoleada
con los resplandores del Tabor,
donde reina nuestra Señora tres veces Admirable
en la porción de sus hijos escogidos,
donde retribuye fielmente los dones de amor
manifestando su gloria
y regalando una fecundidad ilimitada.
¡Es mi terruño de Schoenstatt!”
(HP, 600)
En el año 1900, escudriñando los primeros rayos de luz del siglo veinte, se suicidaba, enfermo de amor, el célebre filósofo alemán Friedrich Nietzsche, (1844-1900). Él fue un gran profeta del desarraigo, que nunca encontró un Monte Tabor ni “esa maravillosa tierra” de las “praderas asoleadas”. Una persona brillante y atormentada que representa a millones de hombres y mujeres que no han tenido familia ni se han sentido verdaderamente amados por alguien. En su libro “Así habló Zaratustra” afirma dramáticamente, gritando desde lo hondo de su alma: “Nada vive que yo ame; ¿Cómo iba a continuar amándome a mí mismo?... ¿Dónde está mi hogar? Por él pregunto y busco y he buscado y no lo he encontrado! ¡Oh eterno estar en todas partes, oh eterno estar en ningún sitio…”
Estas palabras agónicas parecen una brutal antinomia frente a los versos llenos de esperanza del “Cántico al Terruño”. Alemán contemporáneo de Nietzsche fue el padre José Kentenich, que también compartió la soledad y la ausencia de una familia. Pero ante esta soledad él actuó, pensó y vivió de una manera radicalmente diferente.
¿Cuándo puedo decir que una tierra es hermosa? ¿Qué se produce en mi corazón cuando vuelvo a los lugares que yo amo? ¿Cómo crece el sentimiento sano del amor a la tierra? ¿Qué significa vivir en un mundo globalizado? ¿Qué se ama cuando se dice que uno es ciudadano del mundo? Hoy estas preguntas agitan el alma moderna, ningún ser humano está hecho para la soledad, necesitamos ser amados por alguien para vivir plenamente. Sin esta vivencia esencial de pertenencia nunca alcanzaremos la felicidad. Todo el desarrollo tecnológico y económico cobran sentido sólo si nos permiten ser más felices.
“Esa maravillosa tierra”, de la que habla el coro del “Cántico al Terruño”, corresponde a ese lugar mágico que llamamos hogar, donde se unen misteriosamente las vivencias de amor con un espacio físico real. El poeta español Vicente Aleixandre, (1898-1984), en su poema “Total amor”, percibe esta realidad de la siguiente manera:
“Vivir allá en las faldas de las montañas donde el mar se confunde con lo escarpado, donde las laderas verdes tan pronto son el agua como son la mejilla inmensa donde se reflejan los soles, donde el mundo encuentra un eco entre su música, espejo donde el más mínimo pájaro no se escapa, donde se refleja la dicha de la perfecta creación que transcurre. El amor como lo que rueda, como el universo sereno, como la mente excelsa, el corazón conjugado, la sangre que circula, el luminoso destello que en la noche crepita y pasa por la lengua oscura, que ahora entiende.
Ahora se entiende todo, porque el amor es la rueda que mueve ese universo sereno, esa música del mundo y ese “reflejo de la dicha de la perfecta creación”: hermosa definición del hogar.
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