Las tormentas de nuestra vida
Hay en Palestina dos lagos. Uno, el Muerto, en permanente calma. No hay en él olas ni tempestades. El otro, el de Genesaret, cobra todos los años varias vidas humanas: la tempestad surge en él tremenda e inesperada, los vientos le sacuden, sus olas llegan a alcanzar varios metros. Pero los pescadores eligen este segundo lago. Porque en el Mar Muerto no se encuentra jamás una barca, ya que en él no hay rastro de vida. En el lago de Genesaret el riesgo es compensando con la abundancia de la pesca.
Jesús también eligió para sus apóstoles el lago del riesgo y de la vida. Porque vida plena y fecunda incluye riesgo, cruz y fracaso. Por eso les anuncia sin rodeos: lucharán, sufrirán, serán azotados, morirán violentamente. Serán odiados por su nombre y les perseguirán de ciudad en ciudad.
La barca es un antiguo símbolo de la iglesia. Y esta barca pasó, a lo largo de los siglos, por muchas tormentas que alternaron con tiempos de calma y tranquilidad. Y sabemos que estas tormentas no van a acabarse hasta el final de los tiempos.
Algo semejante puede decirse también de los pueblos, familias, personas, de cada uno de nosotros. La barca de nuestra vida atraviesa muchas tormentas. Es inevitable. Pertenece a la existencia humana. Pensemos, por ej., en las tormentas de la:
· Vida familiar: problemas materiales, dificultades en el matrimonio, en la educación de los hijos
· Vida profesional: falta de trabajo, cesantía, injusticias
· Vida religiosa: crisis y dudas de fe, desilusiones con sacerdotes, alejamiento de la Iglesia y de Dios
· Vida personal: limitaciones físicas o síquicas, enfermedades, tentaciones, enemistades, golpes del destino como la muerte de un ser querido.
En estas tormentas de la vida, los cristianos debemos distinguirnos de los demás. Sabemos que no estamos solos en nuestra barca de vida. Sabemos que Jesús nos acompaña ‑ aún cuando parezca no preocuparse por nosotros. La fe nos dice que Él vela por nosotros. Porque Él está comprometido, está metido dentro de la misma barca nuestra.
Algo semejante puede decirse también de los pueblos, familias, personas, de cada uno de nosotros. La barca de nuestra vida atraviesa muchas tormentas. Es inevitable. Pertenece a la existencia humana. Pensemos, por ej., en las tormentas de la:
· Vida familiar: problemas materiales, dificultades en el matrimonio, en la educación de los hijos
· Vida profesional: falta de trabajo, cesantía, injusticias
· Vida religiosa: crisis y dudas de fe, desilusiones con sacerdotes, alejamiento de la Iglesia y de Dios
· Vida personal: limitaciones físicas o síquicas, enfermedades, tentaciones, enemistades, golpes del destino como la muerte de un ser querido.
Porque la fe no es aceptar artículos de fe: es creer en una persona, es creer en Jesucristo, es confiar en Él, es confiarse a Él. La fe es un acto personal, entre persona y persona, entre hombre y Dios. Es un acto de confianza, de entrega, de seguimiento total y sin límites.
Y, por eso, el sentido de las tormentas en nuestra vida es: probar nuestra fe en una situación extrema; acercarnos más a Dios y poner en Él toda nuestra confianza.
Queridos hermanos, pidamos al Señor que nos haga crecer en nuestra fe y nos regale una confianza heroica en medio de las tormentas de nuestra vida.
Preguntas para la reflexión
1 ¿Cuál es nuestra actitud ante fracaso, cruz y riesgo?
2 ¿Lo hemos integrado a nuestra vida, como algo necesario e incluso como la llave de nuestra fecundidad?
3. ¿Pienso en Jesús en los problemas?
1 comentario:
Siento que todavía no pasé una gran Cruz! Pero no dejo de pensar en Jesús cuando transito las que tengo. Estoy pasando por una y al mismo tiempo recibí una gran alegría por otro lado. De lo que no me quedan dudas es de que en todo está presente ELLA como Madre protegiéndome y sabrá mostrarme cuál es la enseñanza que debo aprender de mi cruz. Bendiciones en el Corazón de Jesús y María.
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